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Se pasó más de 20 años construyendo un templo debajo de su propia casa

06/08/2018 - Durante 23 años el armenio Arakelyan estuvo construyendo un templo de piedra con sus propias manos. Increíbles imágenes
Arinj, Armenia, 1985. Tosya le pide a su marido, Levon Arakelyan, que cave en el suelo un agujero para almacenar patatas, como si fuera un pozo. Una tarea simple que Arakelyan hizo con presteza. Pero no quedó ahí: siguió cavando, durante 23 años, hasta que falleció por un ataque al corazón. Y el resultado es un precioso templo que se puede visitar.
Arakelyan, de profesión albañil y que entonces tenía 44 años, construyó con su propio esfuerzo un templo subterráneo que se ha convertido en una atracción turística en Armenia y de un pueblo, Arinj, de apenas 6.000 habitantes y a menos de media hora en coche de la capital del país, Ereván. Tosya es la encargada de gestionarlo, mientras los visitantes se suceden para caminar por esta maravilla del trabajo de un solo hombre. Y todo después de una serie de visiones y voces misteriosas.
De acuerdo al relato de su esposa, siguió cavando porque una voz fantasmal le dijo que lo hiciera, en medio de sueños y visiones en los que esta le detallaba las medidas exactas que debía tener. Arakelyan dijo en alguna ocasión que, una vez que comenzó a cavar, la roca lo atrajo y siguió.
En un principio, tan solo avanzaba unos pocos centímetros cada día, pero aquellas voces le dijeron que siguiera rompiendo la roca, y él lo hizo. Se negaba a trabajar con guantes o con gafas protectoras; y, según el relato de su esposa y a pesar de las palas que llenaba de piedras, las manos las tenía igual que si no estuviera realizando ningún trabajo físico.
Solo con martillo y cincel
Desde aquel lejano 1985 Arakelyan no paró de construir su templo de piedra, trabajando 18 horas por día y durmiendo apenas tres o cuatro (de hecho, su esposa cree que esta falta de sueño incidió en su muerte). En tamaña empresa, el albañil llenó 450 camiones con escombros que solo transportaba en un cubo de metal. Durante esos 23 años, una empresa local de construcción se quedaba con todos estos residuos, que usaba para sus propios proyectos.
El trabajo, en este caso, no fue tan sencillo como el de hacer un pozo para alojar tubérculos: la piedra era basalto, un tipo de roca muy duro que dificultaba la labor. Sin embargo, cuando llevaba pocos metros picados, encontró una roca volcánica más fácil de trabajar. Y menos mal, porque todo su trabajo fue con martillo y cincel.
El resultado es un templo subterráneo con escalones, salas o mosaicos que ocupa 280 me2 y que llega hasta los 20 metros bajo tierra. Quienes se adentren por él tendrán acceso a siete habitaciones distintas separadas por pasillos y con esculturas y otras obras artísticas. Destacan, además, las columnas que rodean los arcos de entrada a estas salas.
La entrada es gratuita, pero se aceptan donaciones. Al llegar, lo primero que ven los turistas es una pintura del creador con un martillo y un cincel, junto a un retrato de su esposa llevando una patata como la que dio origen a todo. Tras ello, se descienden 80 escalones en la roca. La sala que más llama la atención es un oratorio con esculturas en el que, según Arakelyan, hay que pedir un deseo antes de encender una vela, ya que, de hacerlo así, ese sueño se hace realidad.
La roca volcánica, más sencilla de operar como ya hemos dicho, le sirvió para comenzar a experimentar con la decoración. Hay, por ejemplo, junto a la escalera, una columna de estilo griego. También, otras esculturas que representan Ereván o motivos esculpidos en las paredes. Otros de estos se hicieron con piezas viejas, como vasijas, a las que se dio una nueva vida. Conforme la obra avanzaba, Arakelyan colocó también un sistema de iluminación, con candelabros tallados en las paredes. Todo cumplía las medidas que veía en sus sueños. Hasta hace poco, Tosya acompañaba a los turistas hasta abajo, pero ahora teme caerse y herirse.
De acuerdo a datos de su página web, cada año recibe 40.000 visitas de países tan dispares como Japón, Polonia, Israel, Alemania o Australia. Además, es uno de los monumentos más visitados en Armenia. Y da igual la época del año en la que se visite, ya que al parecer la temperatura se mantiene constante en torno a los 10 grados Celsius.
De nuevo sobre tierra, en la casa, se pueden ver diversos objetos relacionados con la vida laboral de Arakelyan. Entre ellos, cómo no, martillos y cinceles, pues usó más de 20 pares de estos (con carteles que explican durante qué años fueron usados; se negó a usar las herramientas eléctricas que algunos visitantes le llevaban), pero también las botas que llevaba para faenar y que ahora están destrozadas, junto a la ropa de trabajo. Sin embargo, quizá las piezas que llamen más la atención, por inesperados sean los cubos de metal para retirar los escombros.
A pesar de la belleza del lugar, Tosya tiene una mezcla de sentimientos con respecto a éll. Por una parte, se acuerda de su marido fallecido. Por la otra, se enorgullece de lo que consiguió. “Es un regalo”, para ella y sus nietos, ha llegado a decir. De acuerdo a la web oficial, su idea era hacer otras 74 habitaciones con diferentes decoraciones.
Sin embargo, y según la viuda, ninguno de sus hijos y nietos quiere seguir agrandando el templo. De este modo, se mantendrán así para todos los turistas que continúen llegando al lugar. ¿Aceptarán voluntarios que lo expandan?

MUNDO.- Arinj, Armenia, 1985. Tosya le pide a su marido, Levon Arakelyan, que cave en el suelo un agujero para almacenar patatas, como si fuera un pozo. Una tarea simple que Arakelyan hizo con presteza. Pero no quedó ahí: siguió cavando, durante 23 años, hasta que falleció por un ataque al corazón. Y el resultado es un precioso templo que se puede visitar y que Idealista.com publicó en su portal.

Arakelyan, de profesión albañil y que entonces tenía 44 años, construyó con su propio esfuerzo un templo subterráneo que se ha convertido en una atracción turística en Armenia y de un pueblo, Arinj, de apenas 6.000 habitantes y a menos de media hora en coche de la capital del país, Ereván. Tosya es la encargada de gestionarlo, mientras los visitantes se suceden para caminar por esta maravilla del trabajo de un solo hombre. Y todo después de una serie de visiones y voces misteriosas.

De acuerdo al relato de su esposa, siguió cavando porque una voz fantasmal le dijo que lo hiciera, en medio de sueños y visiones en los que esta le detallaba las medidas exactas que debía tener. Arakelyan dijo en alguna ocasión que, una vez que comenzó a cavar, la roca lo atrajo y siguió.

En un principio, tan solo avanzaba unos pocos centímetros cada día, pero aquellas voces le dijeron que siguiera rompiendo la roca, y él lo hizo. Se negaba a trabajar con guantes o con gafas protectoras; y, según el relato de su esposa y a pesar de las palas que llenaba de piedras, las manos las tenía igual que si no estuviera realizando ningún trabajo físico.

Solo con martillo y cincelDesde aquel lejano 1985 Arakelyan no paró de construir su templo de piedra, trabajando 18 horas por día y durmiendo apenas tres o cuatro (de hecho, su esposa cree que esta falta de sueño incidió en su muerte). En tamaña empresa, el albañil llenó 450 camiones con escombros que solo transportaba en un cubo de metal. Durante esos 23 años, una empresa local de construcción se quedaba con todos estos residuos, que usaba para sus propios proyectos.

El trabajo, en este caso, no fue tan sencillo como el de hacer un pozo para alojar tubérculos: la piedra era basalto, un tipo de roca muy duro que dificultaba la labor. Sin embargo, cuando llevaba pocos metros picados, encontró una roca volcánica más fácil de trabajar. Y menos mal, porque todo su trabajo fue con martillo y cincel.

El resultado es un templo subterráneo con escalones, salas o mosaicos que ocupa 280 me2 y que llega hasta los 20 metros bajo tierra. Quienes se adentren por él tendrán acceso a siete habitaciones distintas separadas por pasillos y con esculturas y otras obras artísticas. Destacan, además, las columnas que rodean los arcos de entrada a estas salas.

La entrada es gratuita, pero se aceptan donaciones. Al llegar, lo primero que ven los turistas es una pintura del creador con un martillo y un cincel, junto a un retrato de su esposa llevando una patata como la que dio origen a todo. Tras ello, se descienden 80 escalones en la roca. La sala que más llama la atención es un oratorio con esculturas en el que, según Arakelyan, hay que pedir un deseo antes de encender una vela, ya que, de hacerlo así, ese sueño se hace realidad.

La roca volcánica, más sencilla de operar como ya hemos dicho, le sirvió para comenzar a experimentar con la decoración. Hay, por ejemplo, junto a la escalera, una columna de estilo griego. También, otras esculturas que representan Ereván o motivos esculpidos en las paredes. Otros de estos se hicieron con piezas viejas, como vasijas, a las que se dio una nueva vida. Conforme la obra avanzaba, Arakelyan colocó también un sistema de iluminación, con candelabros tallados en las paredes. Todo cumplía las medidas que veía en sus sueños. Hasta hace poco, Tosya acompañaba a los turistas hasta abajo, pero ahora teme caerse y herirse.

De acuerdo a datos de su página web, cada año recibe 40.000 visitas de países tan dispares como Japón, Polonia, Israel, Alemania o Australia. Además, es uno de los monumentos más visitados en Armenia. Y da igual la época del año en la que se visite, ya que al parecer la temperatura se mantiene constante en torno a los 10 grados Celsius.

De nuevo sobre tierra, en la casa, se pueden ver diversos objetos relacionados con la vida laboral de Arakelyan. Entre ellos, cómo no, martillos y cinceles, pues usó más de 20 pares de estos (con carteles que explican durante qué años fueron usados; se negó a usar las herramientas eléctricas que algunos visitantes le llevaban), pero también las botas que llevaba para faenar y que ahora están destrozadas, junto a la ropa de trabajo. Sin embargo, quizá las piezas que llamen más la atención, por inesperados sean los cubos de metal para retirar los escombros.

A pesar de la belleza del lugar, Tosya tiene una mezcla de sentimientos con respecto a éll. Por una parte, se acuerda de su marido fallecido. Por la otra, se enorgullece de lo que consiguió. “Es un regalo”, para ella y sus nietos, ha llegado a decir. De acuerdo a la web oficial, su idea era hacer otras 74 habitaciones con diferentes decoraciones.

Sin embargo, y según la viuda, ninguno de sus hijos y nietos quiere seguir agrandando el templo. De este modo, se mantendrán así para todos los turistas que continúen llegando al lugar. ¿Aceptarán voluntarios que lo expandan?

Foto: Levon’s Divine Underground | Facebook

Foto: Uwe Brodrecht | Flickr

Foto: Levon’s Divine Underground | Facebook

Foto: Uwe Brodrecht | Flickr

Foto: Instagram

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