arquitectura
Los proyectos de Zaha Hadid que quedaron para la posteridad pero que ya no existen
Cuando la arquitecta anglo-iraquí diseñó el restaurante Moonsoon en Sapporo (Japón), su carrera apenas estaba despegando. Era finales de los años ochenta, aún no había abordado ninguna obra importante y tenía fama de “arquitecta de papel”. Ahora, aquel bar japonés con formas innovadoras, hoy desmantelado, recuerda ese lenguaje de lo imposible gracias a la exposición que le dedica la Zaha Hadid Foundation de Londres.
Todo en Zaha Hadid (1950-2016) era desafío. Sus bocetos, sus edificios, sus diseños de mobiliario, incluso su actitud. La autora de origen iraquí se pasó media vida rompiendo estereotipos y cuestionando las normas, especialmente las de la arquitectura. Hubo un tiempo en que tuvo que luchar, y mucho, por convertir en realidad proyectos que, sobre el papel, ya se antojaban inalcanzables, imposibles, utópicos. Pero sus dibujos no eran simples estudios técnicos sino auténticas obras de arte hechas a mano en diferentes formatos, técnicas y colores. Mostraban formas sinuosas e infinitas posibilidades constructivas, complejas ideas conceptuales, así como volúmenes deconstruidos que parecían atentar contra la línea recta.
Fascinada por el suprematismo ruso, especialmente por Malévich y El Lissitzky, Hadid planteó al principio de su carrera unos diseños con espacios cargados de dinamismo que desafiaban la gravedad y superponían múltiples perspectivas. Una locura compositiva de formas torcidas que nadie se atrevía a construir. Por eso, durante los primeros años sus propuestas arquitectónicas estuvieron condenadas a los museos y a la doble dimensión. Hasta que llegó Michihiro Kuzuwa y le confió en 1989 la renovación de un bar restaurante llamado Moonsoon. Entonces se rompió el maleficio y Zaha pudo ver, por fin, cómo sus dibujos cobraban vida en el mundo real.
UN INTERIOR QUE REPRESENTA EL CIELO Y EL INFIERNO
Detalle del bar restaurante Moonsoon concebido por Zaha Hadid en Sappora (Japón). 1990. © Zaha Hadid Foundation. Fotografía: Paul Warchol
Diez años después de establecer su propio estudio en Londres, Hadid conseguía que uno de sus proyectos saltase del papel a la tercera dimensión; aunque no fue un edificio construido desde cero, sino la reorganización de otro ya existente: un local ubicado en el área recreativa de Sapporo (Hokkaido), al norte de Japón. Este fue el estreno real de la iraquí como arquitecta (si bien su primerísimo proyecto completo fue una casa para su hermano en Londres). Fue así como irrumpió en el país nipón y desarrolló su primer trabajo, quizá porque su espíritu indómito casaba mejor con el ambiente vanguardista y experimental de las megalópolis japonesas de los años ochenta que con las urbes europeas.
Ya a principios de esa década había sorprendido a los nipones con varios proyectos para construir The Peak Leisure Club en Hong Kong y un par de edificios comerciales en Tomigaya y Azabu-Jyuban, pero lo cierto es que nunca llegaron a realizarse. De modo que Moonsoon fue su verdadero desembarco en el continente, una oportunidad que desde luego no desaprovechó. La planta trapezoidal de las dos alturas –una para el restaurante y otra para el bar– permitió a Hadid dar rienda suelta a sus impulsos abstractos. Para la ocasión, concibió una narrativa relacionada con la oposición de contrarios mediante dos zonas completamente diferenciadas: una simulaba el cielo con una especie de iceberg, la otra parecía el averno.
RAREZA FUTURISTA DIGNA DE STAR WARS
Cielo e infierno, hielo y fuego se perciben claramente en este trabajo tan poco conocido de la autora. ¿Pero cómo lo hizo? En la planta ocupada por el comedor ideó un espacio dominado por afiladas mesas de vidrio transparente que acompañó de sillas blancas aparentemente modeladas con nieve. Aquí la arquitecta tuvo en cuenta el clima invernal de Hokkaido, por eso recurrió a la metáfora del hielo para rememorar las efímeras esculturas que anualmente pueblan la ciudad durante el Sapporo Snow Festival. Frente a la monocromía del restaurante, quiso que la planta superior estuviese teñida de tonos rojos y amarillos, más acordes con el ambiente desenfadado de un bar de copas. Asimismo, las rígidas sillas del comedor se sustituyeron por sofás con formas biomórficas contorneadas como lenguas de fuego. En definitiva, una rareza futurista digna de Star Wars que sin duda debió de fascinar a los japoneses de hace 30 años.
Desgraciadamente, aquel local ultramoderno ha desaparecido y actualmente no quedan más que los vestigios de ese temprano trabajo: fotografías, dibujos, maquetas… Un material precioso que la Fundación Zaha Hadid acaba de recuperar gracias a Moonsoon: An Interior in Japan. "La idea de esta exposición surgió con el descubrimiento de un maletín Perspex en nuestro archivo. Era un maletín realizado por Daniel Chadwick para guardar la documentación relativa al proyecto; contenía 14 pinturas, seis dibujos con estudios en perspectiva y 13 collages que se muestran ahora al público", explica Paul Greenhalgh, director de la fundación.
El interés de la muestra estriba precisamente en todo ese material recuperado, que permite ahondar en el proceso constructivo y los métodos de trabajo de una de las mayores arquitectas que ha dado el siglo XX. En nuestra era digital, con Chat GPT y las IA avanzando a pasos agigantados, resulta raro imaginar que hace tres décadas la vanguardia fuese producto de la ‘magia’ de programas como AutoCAD o Form-Z, maquetas 3D, incluso del papel calco y las polaroids. Sin embargo, así es como se hacía entonces y así fue como Zaha Hadid demostró que sus diseños desafiantes, revolucionarios y vanguardistas podían construirse.
Vistas de la exposición “Moonsoon. An interior in Japan”
Descubrir el cuidado que puso en cada una de las pinturas previas al proyecto final y ver cómo las formas se iban ajustando hacia soluciones cada vez más asequibles arquitectónicamente, ayudan a entender mejor el legado que nos dejó. Sacrificó sus primeros años por concebir edificios que superaban los límites de la innovación. Se atrevió a soñar, a experimentar. Supo transformar cada uno en un desafío y tuvo “el coraje de perseverar”.
Apenas un par de años después de aquel pionero local futurista le encargarían el parque de bomberos de Vitra en Alemania (1990-1993), su primera gran obra. Entonces le seguiría una carrera meteórica de proyectos millonarios, algunos de ellos no exentos de polémica, y reconocimientos de todo tipo, desde el Mies van der Rohe hasta el Stirling, la Medalla de Oro del RIBA o el Pritzker (en 2004 fue la primera mujer en 27 años que lo obtenía). La reina de la línea curva lo había conseguido: hacer realidad lo que parecía imposible.
Textos gentileza de SOL G. MORENO para elconfidencial.com