2025-08-12

Situación económica

Por qué los argentinos (los que pueden) viven en la misma casa durante toda la vida

“En otros países, la vivienda forma parte de una ruta de movilidad social y económica; en Argentina, sigue siendo un destino final o, peor aún, un objetivo inalcanzable”, advierten los especialistas

En Argentina, mudarse no es una costumbre frecuente. Mientras que en países como Estados Unidos, Reino Unido o Francia una persona cambia de vivienda entre seis y diez veces a lo largo de su vida, en el país esa cifra cae drásticamente: la mayoría se muda solo una o dos veces, muchas veces para comprar su primera y única propiedad. Y estamos hablando de aquellos casos en los que sí se puede acceder a una vivienda, porque en algunos caos no se llega ni a comprar una en toda la vida.

Este fenómeno, conocido como baja movilidad habitacional, tiene raíces económicas, culturales y estructurales. La falta de crédito hipotecario, un mercado inmobiliario volatil y el apego emocional a la vivienda heredada conforman un escenario que desalienta los cambios.

La vivienda como meta final

En países con mercados desarrollados, la vivienda funciona como parte de una “escalera habitacional”:  se empieza con una propiedad pequeña, se pasa a una más grande durante la crianza de los hijos y, en la adultez mayor, se opta por una más reducida. En Argentina, este modelo casi no existe.

“En otros países, la vivienda forma parte de una ruta de movilidad social y económica; en Argentina, sigue siendo un destino final o, peor aún, un objetivo inalcanzable”, afirma Mariano García Malbrán, presidente de la Cámara de Empresas de Servicios Inmobiliarios (CAMESI).

Las mudanzas suelen estar más vinculadas a necesidades puntuales —como estudios, empleo o cambios familiares— que a una evolución patrimonial planificada. Sin crédito y con una economía inestable, muchas familias permanecen décadas en la misma casa, incluso cuando la propiedad ya no se ajusta a sus necesidades.

Crédito escaso e informalidad

Uno de los principales obstáculos es el financiamiento. En los últimos 20 años, menos del 10 % de las operaciones inmobiliarias se concretaron con hipoteca. La gran mayoría se pagó al contado, con ahorros propios o ayuda familiar. En otros países, en cambio, el crédito es accesible y forma parte natural de la movilidad residencial.

La informalidad también juega su parte: muchas viviendas carecen de documentación en regla o están involucradas en procesos sucesorios interminables, lo que limita su comercialización y reduce la oferta real disponible.

Consecuencias urbanas y sociales

La escasa movilidad impacta en el desarrollo urbano: los barrios no se renuevan, la oferta no se adapta a la demanda y los precios se vuelven más rígidos. Esto encarece los alquileres y amplía las desigualdades entre zonas consolidadas y periferias con potencial subutilizado.

“Sin reglas claras y financiamiento sostenible, el mercado seguirá atrapado en la inercia”, advierte García Malbrán. Los especialistas coinciden en que la solución requiere un combo de medidas: acceso real al crédito, seguridad jurídica, incentivos fiscales y una mayor profesionalización del sector.

El modelo argentino de vivienda como “punto de llegada” funcionó en otra época, pero hoy muestra sus límites. En un mundo donde la casa también es inversión, adaptación y movilidad, cambiar de vivienda debería ser parte de una trayectoria de vida posible, no un privilegio para unos pocos.

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